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lunes, 2 de febrero de 2009

Un día en la vida de un misionero Mormon


El ser un misionero de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es un rito que simboliza el sacrificio, así como una manifestación de fe para los jóvenes Santos de los Últimos Días.


Los misioneros afirman que los rigores de la vida misional están llenos de experiencias gratificantes que surten cambios en la vida de la gente, las cuales les preparan para los estudios universitarios, el casamiento, las profesiones y la paternidad responsable.

Para más de 60.000 misioneros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, el golpear puertas y predicar en las esquinas de las calles lejos de su hogar es mucho más que el responder a un mandato bíblico de difundir la palabra de Dios.

Es un rito que simboliza el sacrificio de la obra misional, así como una manifestación de fe.

“Desde que tengo uso de razón, me he estado preparando para mi misión”, dice Derik Giovannoni, originario de Lehi, Utah, que está finalizando su periodo de dos años como misionero en Suiza y Francia.

“Aun cuando era pequeño, recuerdo que cantaba una canción en la que expresaba el deseo de ir a una misión; siempre supe que era algo que deseaba hacer”.

Para la persona que observa de lejos, el prepararse para una rutina diaria de predicar en lugares lejanos en un tiempo crucial en la vida de la persona, es lo mismo que relegarse a soportar meses de rechazo y aburrimiento.

Pero los misioneros están prestos para afirmar que los rigores de la vida misional están llenos de experiencias gratificantes que surten cambios en la vida de la gente, las cuales les preparan para los estudios universitarios, el casamiento, las profesiones y la paternidad responsable.

“Yo sabía que vendría a Francia y a Suiza con el fin de servir al Señor y compartir el mensaje del Evangelio con la gente”, dijo Giovannoni.

“Pero resulta que yo soy el que probablemente se ha beneficiado más por estar aquí; he aprendido tantas cosas y he progresado en maneras que jamás me hubiera imaginado. Soy una persona diferente de lo que era”.

Pero no es que ese grado de progreso se obtenga fácilmente o sin sacrificio.

“Es lo más difícil que jamás había hecho”, dijo Giovannoni. “Y lo mejor”.

Tal vez la disciplina diaria de estudio, enseñanza, trabajo en equipo, perseverancia física y responsabilidad sean la razón por la que muchos jóvenes Santos de los Últimos Días regresan de sus misiones con habilidades que superan los años que tienen. A menudo, descubren que pueden tender una mano de ayuda a los demás, manejar con éxito los retos y encontrar gozo en su propia vida.

Asimismo, regresan con experiencia después de trabajar íntimamente con personas que comparten los mismos objetivos y al aprender a llegar a un acuerdo con ellas. Todo misionero trabaja, viaja, estudia, come y se aloja por lo menos con otro compañero; otro misionero del mismo sexo.

Los compañeros misionales se protegen y se apoyan el uno al otro. Con frecuencia, esas amistades continúan mucho después de que hayan finalizado sus misiones.

Quizás, tanto como cualquier otro factor, este ingreso continuo de jóvenes fuertes, experimientados y dedicados a las filas y al liderazgo de la Iglesia sea lo que le da gran parte de su fortaleza y cohesión.

El día del misionero empieza puntualmente a las 6:30 de la mañana.

Para Giovannoni y su compañero de 19 años, Adam Nelson, de Bear River, Utah, eso significa salir de la cama de su modesto apartamento de una habitación en el onceavo piso de un edificio de apartamentos de Thonex, Suiza, una zona residencial de Ginebra.

Después de decir sus oraciones matutinas y después de 20 minutos cada uno para ducharse, rasurarse y vestirse, el par empieza su régimen diario de estudio y de preparación para el día que tienen por delante.

Giovannoni dijo que él y su compañero pasan media hora estudiando diversos temas del Evangelio y luego media hora estudiando las lecciones preparadas por la Iglesia..

Para Giovannoni, el tiempo que pasan estudiando el francés es sumamente importante. Aunque era un buen estudiante en la escuela secundaria, durante la misión le ha sido difícil dominar la gramática francesa.

“Por suerte la gente ha sido muy paciente conmigo”, afirmó Giovannoni. “Parecen entender que estoy esforzándome lo más que puedo”.

Después del desayuno disponen de más tiempo para estudiar.

Giovannoni y Nelson pasan media hora leyendo el Libro de Mormón: Otro Testamento de Jesucristo, que es un relato de la visita que Jesucristo hizo a la antigua América. Los misioneros utilizan ese libro, junto con la Biblia, para testificar de la misión de Jesucristo.

Luego, los dos misioneros pasan media hora practicando diversos métodos de entablar conversación con la gente en formas que sean amigables, específicas e inofensivas.

Antes de salir a predicar, los dos jóvenes dicen una oración en la que suplican dirección y apoyo.

Dan comienzo cruzando la frontera cercana a Francia para golpear puertas en Annemasse.

“Recientemente encontramos unos apartamentos que los misioneros no habían visitado antes, de modo que estamos emocionados de ir a ese lugar para ver si alguien está interesado en escuchar nuestro mensaje”, dijo Giovannoni.

Ese día, aunque la mayoría de los residentes son corteses con los dos norteamericanos, nadie muestra interés en escuchar el mensaje que tienen.

“A veces puede ser algo frustrante”, dijo Giovannoni. “Tenemos un mensaje importante que compartir: que hay un Dios en los cielos que nos ama y que desea que seamos felices eternamente.

“La gente está tan ocupada y a veces están complacidos con la vida que llevan, o tienen temor a cambiar. Eso lo comprendo. Sin embargo, es difícil cuando uno tiene algo valioso que ofrecer y pocos están dispuestos a escuchar”.

No obstante, a veces alguien que presta oído hace que todo el desaliento ocasionado por el rechazo valga la pena.Después de un almuerzo de pasta y salsa, los dos misioneros van a visitar a una de esas familias.

Michel y Mary Claire Dindamba recibieron primeramente a los misioneros que trabajaron en Annemasse antes que Giovannoni.

Los Dindamba, una pareja africana, han respondido positivamente a una serie de charlas doctrinales con los misioneros, lo que llevó a que tomaran la decisión de unirse a la Iglesia, y hoy se tienen que hacer los últimos preparativos para su próximo bautismo.

“Esto es lo importante”, dijo Giovannoni. “El ver la sonrisa en sus rostros, y sentir la paz y la felicidad por la que ellos están pasando al tomar esa decisión… compensa todo el trabajo, el estudio y los rechazos de la gente. Es fabuloso”.

La palabra “fabuloso” aparece con frecuencia en las cartas que los misioneros envían a casa. Por lo general, los misioneros dedican una mañana a la semana a escribir cartas, hacer compras, lavar la ropa y participar en deportes u otra actividad física.

Esperan con ansias las cartas o paquetes que les envíen sus familias, en los cuales pueden encontrar desde palabras de aliento hasta galletitas que han dado la vuelta al mundo. Algunas de las cartas llevan noticias de nuevos cuñados y cuñadas, nuevos sobrinos o sobrinas o incluso del fallecimiento de seres queridos.

Después de reunirse con los Dindamba, Giovannoni y Nelson han recibido nuevos ánimos en sus esfuerzos para encontrar más personas a quienes enseñar el Evangelio.

Pasan cierto tiempo en los autobuses tratando de entablar conversación con los pasajeros; establecen contacto con la gente en las calles de la ciudad.

Por fin, conocen a un matrimonio joven, los Fonnerone, que acceden a que les visiten en su casa más tarde. La charla marcha bien; en ella se destaca el plan de Dios para la felicidad eterna de Sus hijos, y se establece una cita para una reunión subsiguiente.

“Tengo un buen sentimiento acerca de ellos”, dice Giovannoni. “Parecen ser muy sinceros y tener verdadero interés”.

Con el fin de acortar el tiempo que pasan viajando, los misioneros trabajan durante la hora de la cena y luego regresan a su apartamento a las 8:30 para cenar paella, un plato español de arroz y mariscos.

Luego hacen una evaluación del día, enfocando la atención en los pequeños “milagros”, especialmente las visitas que tuvieron con los Dindambas y los Fonnerone.

Hacen planes para el día siguiente y llaman por teléfono a los otros misioneros del área para evaluar su progreso.

Para las 10:30 de la noche, después de las oraciones nocturnas y la conversación, se acuestan.

¿Exhaustos?

Sí. Pero para Giovannoni y Nelson, es el tipo de cansancio que trae gozo al alma.


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