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Templo de Lima - Peru

Anuncio: 01 abril 1981 Ceremonia de la palada inicial: 11 septiembre 1982 Programa de puertas abiertas: 11 diciembre 1985 - 23 diciembre 1985 Dedicación: 10 enero 1986
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Templo de Nuku'alofa, Tonga

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martes, 24 de febrero de 2009

Un Don Sagrado

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“Ruego que nosotros, donde quiera que nos encontremos, honremos y protejamos este sacerdocio; que estemos siempre en el servicio del Señor y que siempre tengamos el derecho a recibir su ayuda”.

(Presidente Monson)

El Sacerdocio es un don que no solo trae consigo bendiciones sino también responsabilidades solemnes.

El Sacerdocio es el poder de Dios delegado al hombre. Este concepto es tan escuchado por nosotros y tan repetido, que ha perdido la fuerza y la magnitud de sus palabras, nada mas magnifico que ser un instrumento en las manos de Dios para usar su poder.

Elder Carlos E. Asay dijo en una conferencia de 1986:

“Un convenio del evangelio es un contrato santo. Dios dispone las condiciones, el hombre las acepta.

Las dos partes en el convenio del Sacerdocio son el hombre y Dios. El hombre pacta hacer ciertas cosas o cumplir ciertas condiciones; Dios le promete bendiciones que le dará a cambio”.

El convenio del Hombre

1. Recibir de buena fe el Sacerdocio de Melquisedec.

Creyendo que viene de un hombre con poder investido de Dios.

Ejemplo de hombres sin FE en que un hombre podía tener el Sacerdocio y tener, por tanto, el poder de Dios eran Laman y Lemuel.

“Y después que el ángel hubo partido, Lamán y Lemuel empezaron otra vez a murmurar, diciendo: ¿Cómo es posible que el Señor entregue a Labán en nuestras manos? He aquí, es un hombre poderoso, y puede mandar a cincuenta, sí, y aun puede matar a cincuenta; luego, ¿por qué no a nosotros?

“Y aconteció que hablé a mis hermanos diciéndoles: Subamos de nuevo a Jerusalén, y seamos fieles en guardar los mandamientos del Señor, pues he aquí, él es más poderoso que toda la tierra. ¿Por qué, pues, no ha de ser más poderoso que Labán con sus cincuenta, o aun con sus decenas de millares?”.

(1 Nefi 3:31 – 1Nefi 4:1)

2. Magnificar los llamamientos.

Este tarea es una Acción!

Siempre me ha llamado la atención la escritura que dice:

“Y ahora bien, hijos míos, os hablo estas cosas para vuestro provecho e instrucción; porque hay un Dios, y él ha creado todas las cosas, tanto los cielos como la tierra y todo cuanto en ellos hay; tanto las cosas que actúan como aquéllas sobre las cuales se actúa”.

(2 Nefi 2:14)

Debemos ser parte de las cosas que ACTUAN no de aquellas COSAS SOBRE LAS CUALES DE ACTUA.

Mirando las cosas desde este punto de vista hay dos tipos de personas las que dicen “IRE Y HARE” y los que murmuran y no hacen nada.

Magnificar el llamamiento significa “engrandecer, ensalzar”, ósea, aumentar algo en importancia.”

Sencillamente debemos ser como estos hermanos¨:

Y magnificamos nuestro oficio ante el Señor, tomando sobre nosotros la responsabilidad, trayendo sobre nuestra propia cabeza los pecados del pueblo si no le enseñábamos la palabra de Dios con toda diligencia; para que, trabajando con todas nuestras fuerzas, su sangre no manchara nuestros vestidos; de otro modo, su sangre caería sobre nuestros vestidos, y no seríamos hallados sin mancha en el postrer día”.

(Jacob 1:19)

Tal vez te preguntaras ¿Cómo puedo magnificar mi llamamiento?, pues bien aquí hay algunas formas:

Ø Aprendiendo nuestro deber y cumplirlo bien

Ø Esforzándonos todo lo posible por cumplir con nuestras asignaciones

Ø Enseñando y siendo un ejemplo de la verdar

3. Obedecer los Mandamientos.

El Presidente Monson dijo:

“El poder del Sacerdocio que poseen NO tiene límites. La limitación proviene de ustedes, si no están en armonía con el espíritu del Señor y se limitan a sí mismos en el poder que ejercen”. Luego indico “¿viven en armonía con lo que el Señor requiere?

¿Son dignos de poseer el sacerdocio de Dios?.

Si no lo son tomen la decisión aquí y ahora, ármense del valor que necesitan y realicen cualquier cambio que sea necesario para que su vida sea lo que debe ser. Para navegar a salvo en los mares de esta vida terrenal, necesitamos la vida del Marino Eterno, el gran Jehová. Si nos encontramos al servicio del Señor, tenemos derecho a recibir su ayuda”.

4. Vivir de toda palabra de Dios.

La voz del Maestro

Yo quiero oír, prestar atención,

pero el mundo resuena en mi corazón

y la voz del Señor que me llama hacia El

es muy queda.

la voz del Señor es tan suave, ves,

que yo no distingo bien lo que es.

¿Cómo sé yo que esa es la voz

del Maestro?

El da la promesa, yo debo escoger

si de su redil recibiré

del Maestro.

El mundo no cesa de insistir

que lo siga a él, pero no quiero ir.

¿Por cuánto tiempo podré yo seguir

al Maestro?

¿Qué dice el mundo y cuál es mi voz?

¿Y quién me da un mensaje de Dios?

Si me dedico tal vez sabré

del Maestro.

El da la promesa, yo debo escoger

Si de su redil parte quiero ser.

Sé que si pido recibiré

del Maestro.

Al ofrecer sinceramente oración,

poco a poco llega la inspiración.

Desde el fondo de mi corazón,

Un susurro.

Bello mensaje puedo oír;

en mi alma recibo al fin.

Nueva esperanza infunde en mi

el Maestro.

Oigo su voz, puedo escoger

Si de su redil parte voy a ser.

Pido y recibo; me guían Dios

Y el Maestro.

(Autor desconocido)

Para lograr escuchar la voz del maestro necesitamos hacer dos cosas:

Ø Conocer La palabra – Enós 1 : 3-6

Ø Obedecer La palabra – Enos 1:19 – ACTUO EN CONSECUENCIA.

“Para recibir más luz, una luz que esté sobre nosotros y delante de nosotros, debemos sentarnos a los pies de los profetas vivientes. Con esa luz nadie tiene porque tropezar ni apartarse del camino. Todo lo que tenemos que hacer es conservar la mirada en los profetas, oír sus advertencias y vivir de acuerdo con sus inspirada palabra”.

Las promesas y el Juramento de Dios

1. Seremos Santificados por el Espíritu.

“Porque quienes son fieles hasta obtener estos dos sacerdocios de los cuales he hablado, y magnifican su llamamiento, son santificados por el Espíritu para la renovación de sus cuerpos”.

(D y C 84:33)

Ejemplo del cumplimiento de esta promesa fue el amado Presidente Hinckley, creo que a ninguno de nosotros nos cabe duda de aquello.

2. Seremos contados entre los elegidos de Dios.

Bruce R. McConkie dijo:

“Estos son los miembros de la Iglesia que se esfuerzan de todo corazón por guardar la ley del evangelio en esta vida para poder llegar a ser herederos de la plenitud de los galardones del evangelio en la vida venidera”.

No nos volvemos santos automáticamente al entrar. Nos volvemos santos, en el verdadero sentido de la palabra, al vivir santamente y cultivar las virtudes cristinas

3. Se nos dará todo lo que Dios tiene.

“Quizás pueda aclarar lo que he dicho referente al juramento y convenio del sacerdocio relatándoles algo que sucedió una vez:

El hijo de un hombre muy acaudalado fue llamado a servir de misionero. Entró en el Campo misional y comenzó a trabajar. Al principio, las cosas iban bien; pero al enfrentarse con el rechazo de la gente y al surgir dificultades en las tareas de encontrar investigadores y enseñar el evangelio, la fe del joven empezó a debilitarse.

Los compañeros de misión lo animaron, pero no sirvió de nada. Un día, el joven le dijo al presidente que iba a abandonar su llamamiento y regresar a su casa. El presidente de la misión hizo todo lo que pudo por disuadirlo, Pero todo fue en vano. Cuando el padre del muchacho se entero de la decisión de su hijo, consiguió permiso para ir a verlo. En una de las muchas conversaciones tirantes que tuvieron, el padre le dijo: —Hijo mío, he vivido esperando el día en que sirvieras de misionero, porque te quiero a ti y amo a Dios; y sé que no hay ninguna obra más importante que la de enseñar la verdad a la gente del mundo.

El hijo, vuelto un poco a la razón por las palabras de su padre, le respondió:

—Papá, no sabía que mi misión significara tanto para ti. —Lo es todo para mí —afirmó el padre, y agregó emocionado: —Toda mi vida he trabajado y ahorrado pensando solo en una persona: tú. Y mi única meta ha sido dejarte una herencia respetable. —Pero, papá —exclamó el joven— , es que la obra es difícil y no me gusta…

El padre lo interrumpió, diciendo: —¿Cómo podría depositar mis negocios en tus manos si no puedes probarte sirviendo al Señor durante dos cortos años? Hubo un incomodo silencio mientras el hijo reflexionaba en lo que su padre le había dicho y examinaba el rostro angustiado de éste. Después, midiendo sus palabras, el padre le prometió: —Hijo mío, tú eres mi único heredero; si eres fiel en este llamamiento y demuestras que eres digno en todo respecto, todo lo que poseo será tuyo.

Evidentemente conmovido por ese ruego ferviente, el hijo se puso de pie, abrazó a su padre y le dijo sollozando: —Me quedaré. El joven permaneció en el Campo misional y sirvió fielmente desde ese día. Y si, a su debido tiempo, recibió de su padre la herencia prometida: todo lo que el padre tenía.”

Tomado de un discurso de una conferencia que apareció en Liahona de enero de 1986.


Testifico que el Sacerdocio es en verdad el poder de Dios delegado al hombre, y que puede llegar a ser la fuente de muchas bendiciones, lo sé y también sé que este poder fue restaurado en estos Últimos Días para llenar de bendiciones toda la tierra, sé además que los milagros no han cesado.

En el nombre de nuestro Salvador Jesucristo. Amén

lunes, 16 de febrero de 2009

¿Por qué efectuamos bautismo por los muertos?

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Por el Elder D. Todd Chrsitofferson
Es excepcionalmente importante lo que hacemos en relación con los que nos han antecedido puesto que ellos viven en la actualidad como espíritus y vivirán otra vez como almas inmortales, y ello, gracias a Jesucristo.

Los teólogos cristianos han lidiado largo tiempo con el interrogante: “¿Cual es el destino de los millones de personas que han vivido y muerto sin ningún cono­cimiento de Jesús?”. Con la restauración del evangelio de Jesucristo llegó el conocimiento de que los muertos que no fueron bautiza­dos son redimidos y de que Dios es “un Dios perfecto, justo y misericordioso también” (Alma 42: 15),

Cuando Jesús aun vivía en la tierra, profe­tizó que El también predicaría a los muertos, Pedro nos dice que eso ocurrió en el intervalo que hubo entre la crucifixión y la resurrec­ción del Salvador (véase 1 Pedro 3:18-19). El presidente Joseph F. Smith (1838-1918) vio en visión que el Salvador visitó el mundo de los espíritus y que “organizó sus fuerzas y nombró mensajeros de entre los [espíritus] justos, inves­tidos con poder y autoridad, y los comisionó para que fueran y llevaran la luz del evangelio a los que se hallaban en tinieblas,., “A ellos se les enserió la fe en Dios, el arrepentimiento del pecado, el bautismo vicario para la remisión de los pecados, [y] el don del Espíritu Santo por la imposición de las manos” (D. y C. 138:30, 33).


La doctrina de que los vivientes pueden proporcionar vicariamente el bautismo y otras ordenanzas esenciales a los muertos fue revelada de nuevo al profeta José Smith (véase D. y C. 124; 128; 132). El llegó a saber que a los Espíritus que esperan la resurrección no sólo se les ofrece la salva­ción individual, sino que pueden ser unidos en el cielo como marido y mujer y ser sella­dos a sus padres y madres de todas las ge­neraciones pasadas, y tener sellados a ellos a sus hijos de todas las generaciones futuras. El Señor reveló al Profeta que esos ritos sagra­dos sólo se efectúan apropiadamente en una casa edificada a Su nombre, un lugar santo: un templo (véase D. y C. 124:29-3ó).

El principio del servicio vicario no debiera parecerle extraño a ningún cristiano. En el bautismo que se efectúa para una persona vi­viente, el oficiante actúa, como representante, en lugar del Salvador. ¿Y no es acaso el prin­cipio central de nuestra fe que el sacrificio de Cristo expía nuestros pecados al satisfacer vicariamente las demandas de la justicia por nosotros? Como ha dicho el presidente Gor­don B. Hinckley (1910-2008): “Creo que la obra vicaria par los muertos se aproxima más al sacrificio vicario del Salvador mismo que ninguna otra obra de la que tenga conoci­miento. Se realiza can amor, sin la esperanza de recibir compensación a pago de ninguna clase. Qué principio tan glorioso.

Algunos han interpretado mal y han supuesto que las almas difuntas “son bautiza­das en la fe mormona sin el conocimiento de ellas”2. Presuponen que de algún modo tenemos poder para forzar a un alma en asuntos de fe. Desde luego, no lo tenemos. Dios dio al hombre el albedrio desde el principio. La Iglesia no los anota en sus listas ni los cuenta en su número de miembros.

Nuestro anhelo por redimir a los muertos, así como el tiempo y los recursos que invertimos en ese cometido, son, sobre todo, la expresión de nuestro testimonio con respecto a Jesucristo y constituye una afirmación tan po­derosa como la que podemos hacer acerca de Su divino carácter y misión. Testifica, primero, de la resurrección de Cristo; segundo, del alcance infinito de Su expiación; ter­cero, de que El es la misma fuente de la salvación; cuarto, que El ha establecido las condiciones de la salvación; y, quinto, que El vendrá otra vez.

El poder de la resurrección de Cristo

En cuanto a la resurrección, Pablo preguntó: “¿De otro modo, que harán los que se bautizan por los muertos, si en ninguna manera los muertos resucitan? ¿Por qué, pues, se bautizan por los muertos?” ( 1 Corintios 15:29). Nos bau­tizamos por los muertos porque sabemos que resucitaran. “El alma será restaurada al cuerpo, y el cuerpo al alma; sí, y todo miembro y coyuntura serán restablecidos a su cuerpo; sí, ni un cabello de la cabeza se perderá, sino que todo será restablecido a su propia y perfecta forma” (Alma 40:23). “Porque Cristo para esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven” (Romanos 14:9).

Es excepcionalmente importante lo que hacemos en relación con los que nos han antecedido puesto que ellos viven en la actualidad como espíritus y vivirán otra vez como almas inmortales, y ello, gracias a Jesucristo. Creemos las palabras de Él cuando dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque este muerto, vivirá” (Juan 11:25). Con los bautismos que efectuamos por los muertos, testificamos que “así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados…

“Porque preciso es que el reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies.

“Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte” (1 Corintios 15:22, 25-26).

Jesucristo, la única fuente de la salvación

Nuestro afán por asegurarnos de que a nuestros parientes fallecidos se les ofrezca el bautismo en el nombre de Jesucristo es un testimonio del hecho de que Jesucristo es “el camino, y la verdad, y la vida” y de que “nadie viene al Padre, sino por [El] (Juan 14:6). Algunos cristianos contemporáneos, preocupados por las muchas personas que han muerto sin un conocimiento de Jesucristo, han comenzado a preguntarse si de verdad habrá sólo “un Señor, una fe, un bautismo” (Efesios 4:5). Dicen que creer que Jesús es el único salvador es arrogante, de mentalidad estrecha e intolerante. Pero nosotros afirma­mos que eso es un dilema falso. No hay injusticia en que no haya sino Uno por medio de quien viene la salvación cuando ese Ser único y Su salvación se ofrecen a toda alma, sin excepción.

Las condiciones de la salvación establecidas por Cristo

Por motivo de que creemos que Jesucristo es el Re­dentor, también aceptamos Su autoridad para establecer las condiciones mediante las cuales podemos recibir la gracia de Cristo. De no ser así, no nos interesaría bautizaros por los muertos.

Jesús confirmó que “estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida” (Mateo 7:14). Expresa­mente, dijo: “el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:5). Eso significa que debemos “arrepentirnos, y bautízanos cada uno… en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibir el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38).

A pesar de que fue sin pecado, Jesucristo mismo fue bautizado y recibió el Espíritu Santo; El dijo: “A quien se bautice en mi nombre, el Padre dará el Espíritu Santo, como a mí; por tanto, seguidme y haced las cosas que me habéis visto hacer” (2 Nefi 31:12).

No se hacen excepciones; no se necesitan. Cuantos cre­yeren y se bautizaren -incluso por medio de un repre­sentante, y perseveraren con fe hasta el fin serán salvos, “no sólo los que creyeron después que [Cristo] vino en la carne, en el meridiano de los tiempos, sino que… todos los que fueron desde el principio, si, todos cuantos exis­tieron antes que el viniese” (D. y C. 20:2ó). Por esa razón, el Evangelio también se predica “a los muertos, para que sean juzgados en carne según los hombres, pero vivan en Espíritu según Dios” (l Pedro 4:6).

La liberación de los muertos de la prisión

Las ordenanzas vicarias que efectuamos en los templos, comenzando por el bautismo, hacen posible el eslabón conexivo entre las generaciones, el cual cumple el propó­sito de la creación de la tierra. De hecho, sin esas orde­nanzas, “toda la tierra sería totalmente asolada a [la] venida [de Cristo]” (D. y C. 2:3).

En las Escrituras, a veces se dice que los Espíritus de los muertos están en tinieblas 0 encarcelados (véase Isaías 24:22; 1 Pedro 3:19; Alma 40:12-13; D. y C. 38:5). Al meditar en el maravilloso plan que Dios tiene para la redención de esos, Sus hijos, el profeta José Smith escribió este salmo: “¡Regocíjense vuestros corazones y llenaos de alegría! prorrumpa la tierra en canto! Alcen los muertos himnos de alabanza eterna al Rey Emanuel que, antes de existir el mundo, decretó lo que nos habilitaría para redimirlos de su prisión; porque los presos queda­ran libres!” (D. y C. 128:22).


Nuestro deber se extiende tan lejos y tan profunda­mente como el amor de Dios para abarcar a Sus hijos

de toda época y de todo lugar. Nuestras labores en beneficio de los muertos dan elocuente testimonio de que Jesucristo es el divino Redentor de todo el género humano. Su gracia y Sus promesas llegan incluso a los que en vida no le hallan. Gracias a Él, los prisioneros en verdad quedaran libres.

Tomado de un discurso de la conferencia general de octubre de 2000.


lunes, 9 de febrero de 2009

Almacenamiento: Un nuevo Mensaje

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Por ser una madre sola, Evelyn Jeffries, de Phoenix, Arizona, E.U.A, empleada en un despacho de abogados, luchaba para encontrar el tiempo y el espacio necesarios para hacer almacenamiento en el hogar.

Aun cuando asistía a las actividades y reuniones sobre el tema de almacenar alimentos y trataba de ser obediente al consejo de los profetas, al igual que a muchos miembros de la Iglesia, le resultaba difícil imaginar que, hacer con la enorme cantidad de kilos de trigo que se le decía que debía tener para ella y su hija.

Cuando una hermana del barrio sugirió un punto de vista diferente, la hermana Jeffries descubrió la clave para tener éxito en el almacenamiento en el hogar: ir aumentando de manera constante y gradual su provisión de alimentos.

Después de haber apartado determinada cantidad de dinero de su presupuesto para el almacenamiento en el hogar, comenzó a comprar en la tienda unos cuantos artículos extra todas las semanas; además, empezó también a comprar todos los meses un alimento básico, como granos y frijoles (porotos) en el centro de la Iglesia para almacenamiento en el hogar.

Muchos años después, en octubre de 2002, se quedó impresionada cuando el presidente Gordon B. Hinckley (1910-2008) animó a los miembros de la Iglesia a adoptar un plan más sencillo para el almacenamiento en el hogar.

“Podemos comenzar modestamente”, explico el presidente Hinckley. “Empezar por almacenar alimentos para una semana e ir poco a poco aumentando a un mes y después a tres”

La hermana Jeffries señala que “lo bueno de este sistema es lo apropiado que resulta para las familias que estén comenzando su programa de almacenamiento, así como para las que vivan en casas a apartamentos pequeños, donde escasee el espacio. EI presidente Hinckley reconoció claramente que harán falta un cambio y una adaptación a fin de que todos podamos recibir el beneficio del programa inspirado del Señor”.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Preciosos frutos de la Primera Visión

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Por el Presidente Dieter F. Uchtdorf Segundo Consejero de la Primera Presidencia



En mis años de crecimiento en Alemania, asistía a la Iglesia en muchas localidades y circunstancias diferentes: en humildes habitaciones de la parte de atrás de una casa, en hermosas mansiones y en capillas funcionales y modernas. Todos esos edificios tenían un importante factor común: el Espíritu de Dios estaba presente en ellos y se sentía el amor del Salvador cuando nos reuníamos como familia de la rama o del barrio.


En la capilla de Zwickau había un viejo órgano neumático y todos los domingos se asignaba a uno de los jóvenes para mover de arriba abajo la dura palanca que operaba los fuelles a fin de que el órgano funcionara. Incluso antes de recibir el Sacerdocio Aarónico, de vez en cuando tuve el gran privilegio de ayudar en aquella importante tarea.

Mientras la congregación cantaba nuestros hermosos himnos de la Restauración, yo movía la palanca con todas mis fuerzas para que no le faltara aire al instrumento. Los ojos de la organista me indicaban claramente si lo que hacía estaba bien o si debía aumentar mis esfuerzos en seguida. Siempre me sentí honrado por la importancia de esa asignación y por la confianza que la organista depositaba en mí; el tener aquella responsabilidad y ser parte de esta gran obra me daba un maravilloso sentimiento de satisfacción.

Había otro beneficio que acompañaba la asignación: el que operaba los fuelles se sentaba en un lugar desde donde se veía el vitral que adornaba el frente de la capilla y que era una representación de la Primera Visión, con José Smith arrodillado en la Arboleda Sagrada mirando hacia el cielo a un pilar de luz.

Mientras la congregación cantaba los himnos e incluso durante los discursos y testimonios de los miembros, muchas veces contemplaba esa representación de uno de los momentos más sagrados de la historia del mundo. En mi imaginación veía a José recibir conocimiento, testimonio e instrucciones al convertirse en un bendito instrumento en la mano de nuestro Padre Celestial.

Sentía un espíritu especial cuando contemplaba en aquella ventana esa bella escena, que tuvo lugar en un bosque sagrado, de un muchachito creyente que tomó la valerosa decisión de orar fervientemente a nuestro Padre Celestial, un Padre que lo escuchó y le respondió con amor.

El testimonio del Espíritu

Ahí estaba yo, un jovencito en la Alemania de posguerra, viviendo en una ciudad en ruinas, a miles de kilómetros de Palmyra, Nueva York, en Norteamérica, y más de cien años después que el acontecimiento había tenido lugar. Por el poder universal del Espíritu Santo, sentí en el corazón y en la mente que aquello era verdad, que José Smith vio a Dios y a Jesucristo, y escuchó Sus voces. A esa tierna edad, el Espíritu de Dios confortó mi alma con una certeza de aquel sagrado momento que dio como resultado el comienzo de un movimiento mundial destinado a “rodar, hasta que llene toda la tierra” (D. y C. 65:2). Creí entonces en el testimonio de José Smith de aquella gloriosa experiencia en la Arboleda Sagrada, y ahora sé sin duda que es verdad.

¡Dios ha vuelto a hablar a la humanidad!

Al rememorar aquella época, estoy muy agradecido por los muchos amigos que me ayudaron en la adolescencia a obtener el testimonio de la Iglesia restaurada de Jesucristo. Al principio, tenía una fe sencilla en lo que ellos me atestiguaban; después recibí el testimonio divino del Espíritu en la mente y en el corazón. José Smith se encuentra entre aquellos cuyo testimonio de Cristo me ayudó a desarrollar el mío del Salvador. Antes de reconocer la influencia del Espíritu testificándome que José era un profeta de Dios, mi joven corazón sintió que era un amigo de Dios y que, por lo tanto, sería naturalmente mi amigo; sabía que podía confiar en José Smith.

Las Escrituras nos enseñan que los dones espirituales se dan a los que piden a Dios, lo aman y guardan Sus mandamientos (véase D. y C. 46:9). “…no a todos se da cada uno de los dones; pues hay muchos dones, y a todo hombre le es dado un don por el Espíritu de Dios. “A algunos les dado uno y a otros otro, para que así todos se beneficien” (D. y C. 46:11–12).

Hoy día sé que el testimonio de mi juventud recibió gran beneficio del testimonio del profeta José Smith y de los muchos amigos de la Iglesia que sabían por “el Espíritu Santo… que Jesucr isto es el Hijo de Dios, y que fue crucificado por los pecados del mundo” (D. y C. 46:13). Sus buenos ejemplos, su amor incondicional y sus manos serviciales me bendijeron para que, a medida que anhelaba más luz y verdad, recibiera otro don especial del Espíritu que se describe en las Escrituras: “a otros les es dado creer en las palabras de aquéllos, para que también tengan vida eterna, si continúan fieles” (D. y C. 46:14). ¡Qué don maravilloso y preciado es éste!

El don de la fe

Si somos sinceramente humildes, seremos bendecidos con este don de fe y esperanza en las cosas que no se ven pero que son verdaderas (véase Alma 32:21). Si aun cuando sólo tengamos un deseo de creer, experimentamos con las palabras de las Escrituras y de los profetas vivientes, y no resistimos al Espíritu del Señor, nuestra alma se verá ensanchada y nuestro entendimiento se iluminará (véase Alma 32:26–28).

El Salvador mismo explicó claramente a todo el mundo ese principio misericordioso en Su grandiosa oración intercesora, que pronunció no sólo por Sus Apóstoles sino por todos los santos, incluso por nosotros los de la actualidad, dondequiera qu

e vivamos. En ella dijo: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, “para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” ( Juan 17:20–21; cursiva agregada).

Así es como la Primera Visión de José Smith nos bendice personalmente, bendice a las familias y finalmente a toda la familia humana: llegamos a creer en Jesucristo por el testimonio del profeta José Smith. A lo largo de la historia de la humanidad, los profetas y apóstoles han tenido manifestaciones divinas similares a la que tuvo José. Moisés vio a Dios cara a cara y aprendió

que él era uno de Sus hijos “a semejanza de [Su] Unigénito” (Moisés 1:6). El apóstol Pablo testificó que Jesucristo resucitado apareció ante él en su camino a Damasco (véase Hechos 26:9–23); esa experiencia lo llevó a convertirse en uno de los grandes misioneros del Señor.

Durante el juicio en Cesarea, al oír el testimonio de Pablo de su visión celestial, el poderoso rey Agripa admitió lo siguiente: “…Por poco me persuades a ser cristiano” (Hechos 26:28). Hubo también muchos otros profetas de la antigüedad que expresaron un potente testimonio de Cristo.
Todas esas manifestaciones, las antiguas y las modernas, conducen a los creyentes hacia la fuente divina de toda rectitud y esperanza: a Dios, nuestro Padre Celestial, y a Su Hijo,

Jesucristo.

Dios ha hablado a José Smith con el propósito de bendecir a todos Sus hijos con Su misericordia
y amor, aun en tiempos de incertidumbre e inseguridad, de guerras y rumores de guerras, de desastres naturales y personales. El Salvador dice: “…He aquí, mi brazo de misericordia se extiende hacia vosotros; y a cualquiera que venga, yo lo recibiré” (3 Nefi 9:14). Y a todos los qu

e acepten esa invitación, los circundará “la incomparable munificencia de su amor” (Alma 26:15). Por medio de nuestra fe en el testimonio personal del profeta José y en la realidad de la Primera Visión, y por el estudio y la oración profundos y sinceros, seremos bendecidos con una fe firme en el Salvador del mundo, que habló a José en “la mañana de un día hermoso y despejado, a principios de la primavera de 1820” ( José Smith—Historia 1:14).

La fe en Jesucristo y el testimonio de Él y de Su expiación universal no son sólo una doctrina de gran valor teológico; esa fe es un don universal y glorioso, para todas las regiones culturales de esta tierra, sin distinción de raza, color, idioma, nacionalidad ni circunstancias socioeconómicas.

A fin de entender ese don, se puede emplear la facultad del razonamiento, pero los que sienten más profundamente sus efectos son los que están dispuestos a aceptar sus bendiciones, las cuales se reciben por seguir el sendero del verdadero arrepentimiento y de la obediencia a los
mandamientos de Dios.

Gratitud por el profeta

Al recordar y honrar al profeta José Smith, mi corazón se extiende hacia él con gratitud. Fue un joven bueno, honrado, humilde, inteligente y valeroso, con un corazón de oro y una fe inalterable en Dios; y tenía integridad. En respuesta a su oración humilde, los cielos se abrieron nuevamente. José Smith ciertamente había visto una visión; él lo sabía y sabía que Dios lo sabía, y no podía negarlo (véase José Smith—Historia 1:25).

Gracias a su obra y a su sacrificio, ahora tengo una verdadera comprensión de nuestro Padre Celestial y de Su Hijo, nuestro Redentor y Salvador, Jesucristo; siento el poder del Espíritu Santo y conozco el plan del Padre Celestial para nosotros, Sus hijos. En mi opinión, éstos son realmente los frutos de la Primera Visión.

Estoy agradecido porque a una edad temprana fui bendecido con la fe sencilla de que José Smith era un profeta de Dios y que vio en una visión a Dios el Padre y a Su Hijo, Jesucristo. José Smith tradujo el Libro de Mormón por el don y el poder de Dios. He recibido una y otra vez la confirmación de ese testimonio.

Testifico que en verdad Jesucristo vive, que Él es

el Mesías. Tengo un testimonio personal de que Él es el Salvador y Redentor de toda la humanidad, y éste es un conocimiento que recibí por la paz y el poder inefable del Espíritu de Dios, y el deseo de mi corazón y de mi mente es ser puro y fiel en Su servicio ahora y para siempre.

Ideas para los maestros orientadores

Una vez que estudie este mensaje con ayuda de la oración, preséntelo empleando un método que fomente la participación de las personas a las que enseñe. A continuación, se citan algunos
ejemplos:

  • 1. Canten con la familia el himno “La oración del Profeta” (Himnos, Nº 14). Muestre una lámina de la Primera Visión y pregúnteles qué ven en ella. Lean la primera parte del artículo y analicen lo que sentía el presidente Uchtdorf al contemplar el vitral con la representación de la Primera Visión.

  • 2. Pida a la familia que, mientras leen juntos la última sección del artículo, se fijen en las verdades de la Primera Visión que el presidente Uchdtdorf describe. Pregúnteles cuáles son, en su opinión, los frutos de la Primera Visión. Anímelos a expresar lo que piensen sobre José Smith.

  • 3. Al prepararse para la visita, lea el relato de la Primera Visión que hace José Smith (véase José Smith—Historia 1:11–20). A medida que usted la relate, si hay niños presentes, pídales que hagan un dibujo de la visión. Analicen estas palabras del presidente Uchtdorf: “Dios ha hablado a José Smith con el propósito de bendecir a todos Sus hijos con Su misericordia y amor”. Pida a los niños que muestren y expliquen lo que hayan dibujado.

lunes, 2 de febrero de 2009

Un día en la vida de un misionero Mormon

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El ser un misionero de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es un rito que simboliza el sacrificio, así como una manifestación de fe para los jóvenes Santos de los Últimos Días.


Los misioneros afirman que los rigores de la vida misional están llenos de experiencias gratificantes que surten cambios en la vida de la gente, las cuales les preparan para los estudios universitarios, el casamiento, las profesiones y la paternidad responsable.

Para más de 60.000 misioneros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, el golpear puertas y predicar en las esquinas de las calles lejos de su hogar es mucho más que el responder a un mandato bíblico de difundir la palabra de Dios.

Es un rito que simboliza el sacrificio de la obra misional, así como una manifestación de fe.

“Desde que tengo uso de razón, me he estado preparando para mi misión”, dice Derik Giovannoni, originario de Lehi, Utah, que está finalizando su periodo de dos años como misionero en Suiza y Francia.

“Aun cuando era pequeño, recuerdo que cantaba una canción en la que expresaba el deseo de ir a una misión; siempre supe que era algo que deseaba hacer”.

Para la persona que observa de lejos, el prepararse para una rutina diaria de predicar en lugares lejanos en un tiempo crucial en la vida de la persona, es lo mismo que relegarse a soportar meses de rechazo y aburrimiento.

Pero los misioneros están prestos para afirmar que los rigores de la vida misional están llenos de experiencias gratificantes que surten cambios en la vida de la gente, las cuales les preparan para los estudios universitarios, el casamiento, las profesiones y la paternidad responsable.

“Yo sabía que vendría a Francia y a Suiza con el fin de servir al Señor y compartir el mensaje del Evangelio con la gente”, dijo Giovannoni.

“Pero resulta que yo soy el que probablemente se ha beneficiado más por estar aquí; he aprendido tantas cosas y he progresado en maneras que jamás me hubiera imaginado. Soy una persona diferente de lo que era”.

Pero no es que ese grado de progreso se obtenga fácilmente o sin sacrificio.

“Es lo más difícil que jamás había hecho”, dijo Giovannoni. “Y lo mejor”.

Tal vez la disciplina diaria de estudio, enseñanza, trabajo en equipo, perseverancia física y responsabilidad sean la razón por la que muchos jóvenes Santos de los Últimos Días regresan de sus misiones con habilidades que superan los años que tienen. A menudo, descubren que pueden tender una mano de ayuda a los demás, manejar con éxito los retos y encontrar gozo en su propia vida.

Asimismo, regresan con experiencia después de trabajar íntimamente con personas que comparten los mismos objetivos y al aprender a llegar a un acuerdo con ellas. Todo misionero trabaja, viaja, estudia, come y se aloja por lo menos con otro compañero; otro misionero del mismo sexo.

Los compañeros misionales se protegen y se apoyan el uno al otro. Con frecuencia, esas amistades continúan mucho después de que hayan finalizado sus misiones.

Quizás, tanto como cualquier otro factor, este ingreso continuo de jóvenes fuertes, experimientados y dedicados a las filas y al liderazgo de la Iglesia sea lo que le da gran parte de su fortaleza y cohesión.

El día del misionero empieza puntualmente a las 6:30 de la mañana.

Para Giovannoni y su compañero de 19 años, Adam Nelson, de Bear River, Utah, eso significa salir de la cama de su modesto apartamento de una habitación en el onceavo piso de un edificio de apartamentos de Thonex, Suiza, una zona residencial de Ginebra.

Después de decir sus oraciones matutinas y después de 20 minutos cada uno para ducharse, rasurarse y vestirse, el par empieza su régimen diario de estudio y de preparación para el día que tienen por delante.

Giovannoni dijo que él y su compañero pasan media hora estudiando diversos temas del Evangelio y luego media hora estudiando las lecciones preparadas por la Iglesia..

Para Giovannoni, el tiempo que pasan estudiando el francés es sumamente importante. Aunque era un buen estudiante en la escuela secundaria, durante la misión le ha sido difícil dominar la gramática francesa.

“Por suerte la gente ha sido muy paciente conmigo”, afirmó Giovannoni. “Parecen entender que estoy esforzándome lo más que puedo”.

Después del desayuno disponen de más tiempo para estudiar.

Giovannoni y Nelson pasan media hora leyendo el Libro de Mormón: Otro Testamento de Jesucristo, que es un relato de la visita que Jesucristo hizo a la antigua América. Los misioneros utilizan ese libro, junto con la Biblia, para testificar de la misión de Jesucristo.

Luego, los dos misioneros pasan media hora practicando diversos métodos de entablar conversación con la gente en formas que sean amigables, específicas e inofensivas.

Antes de salir a predicar, los dos jóvenes dicen una oración en la que suplican dirección y apoyo.

Dan comienzo cruzando la frontera cercana a Francia para golpear puertas en Annemasse.

“Recientemente encontramos unos apartamentos que los misioneros no habían visitado antes, de modo que estamos emocionados de ir a ese lugar para ver si alguien está interesado en escuchar nuestro mensaje”, dijo Giovannoni.

Ese día, aunque la mayoría de los residentes son corteses con los dos norteamericanos, nadie muestra interés en escuchar el mensaje que tienen.

“A veces puede ser algo frustrante”, dijo Giovannoni. “Tenemos un mensaje importante que compartir: que hay un Dios en los cielos que nos ama y que desea que seamos felices eternamente.

“La gente está tan ocupada y a veces están complacidos con la vida que llevan, o tienen temor a cambiar. Eso lo comprendo. Sin embargo, es difícil cuando uno tiene algo valioso que ofrecer y pocos están dispuestos a escuchar”.

No obstante, a veces alguien que presta oído hace que todo el desaliento ocasionado por el rechazo valga la pena.Después de un almuerzo de pasta y salsa, los dos misioneros van a visitar a una de esas familias.

Michel y Mary Claire Dindamba recibieron primeramente a los misioneros que trabajaron en Annemasse antes que Giovannoni.

Los Dindamba, una pareja africana, han respondido positivamente a una serie de charlas doctrinales con los misioneros, lo que llevó a que tomaran la decisión de unirse a la Iglesia, y hoy se tienen que hacer los últimos preparativos para su próximo bautismo.

“Esto es lo importante”, dijo Giovannoni. “El ver la sonrisa en sus rostros, y sentir la paz y la felicidad por la que ellos están pasando al tomar esa decisión… compensa todo el trabajo, el estudio y los rechazos de la gente. Es fabuloso”.

La palabra “fabuloso” aparece con frecuencia en las cartas que los misioneros envían a casa. Por lo general, los misioneros dedican una mañana a la semana a escribir cartas, hacer compras, lavar la ropa y participar en deportes u otra actividad física.

Esperan con ansias las cartas o paquetes que les envíen sus familias, en los cuales pueden encontrar desde palabras de aliento hasta galletitas que han dado la vuelta al mundo. Algunas de las cartas llevan noticias de nuevos cuñados y cuñadas, nuevos sobrinos o sobrinas o incluso del fallecimiento de seres queridos.

Después de reunirse con los Dindamba, Giovannoni y Nelson han recibido nuevos ánimos en sus esfuerzos para encontrar más personas a quienes enseñar el Evangelio.

Pasan cierto tiempo en los autobuses tratando de entablar conversación con los pasajeros; establecen contacto con la gente en las calles de la ciudad.

Por fin, conocen a un matrimonio joven, los Fonnerone, que acceden a que les visiten en su casa más tarde. La charla marcha bien; en ella se destaca el plan de Dios para la felicidad eterna de Sus hijos, y se establece una cita para una reunión subsiguiente.

“Tengo un buen sentimiento acerca de ellos”, dice Giovannoni. “Parecen ser muy sinceros y tener verdadero interés”.

Con el fin de acortar el tiempo que pasan viajando, los misioneros trabajan durante la hora de la cena y luego regresan a su apartamento a las 8:30 para cenar paella, un plato español de arroz y mariscos.

Luego hacen una evaluación del día, enfocando la atención en los pequeños “milagros”, especialmente las visitas que tuvieron con los Dindambas y los Fonnerone.

Hacen planes para el día siguiente y llaman por teléfono a los otros misioneros del área para evaluar su progreso.

Para las 10:30 de la noche, después de las oraciones nocturnas y la conversación, se acuestan.

¿Exhaustos?

Sí. Pero para Giovannoni y Nelson, es el tipo de cansancio que trae gozo al alma.


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