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viernes, 26 de junio de 2009

El domingo llegará


Por motivo de la vida y el eterno sacrificio del Salvador del mundo, nos reuniremos con aquellos a quienes hemos amado.






Pienso cuán oscuro fue aquel viernes en que levantaron a Cristo en la cruz.

Aquel viernes terrible la tierra tembló y se oscureció; tormentas aterradoras azotaron la tierra.

Los hombres inicuos que deseaban su muerte se regocijaron. Ahora que Jesús había muerto, era seguro que los que lo seguían se dispersarían; aquel día, los inicuos se sintieron triunfantes.

Ese día el velo del templo se rasgó en dos.

María Magdalena y María, la madre de Jesús, estaban abrumadas por el dolor y la desesperación. El maravilloso hombre al que habían amado y honrado pendía sin vida en la cruz.

Aquel viernes, los apóstoles estaban desolados. Jesús, su Salvador, el hombre que había andado sobre el agua y levantado a los muertos, Él mismo, estaba a merced de hombres inicuos. Los apóstoles contemplaban impotentes como Él era vencido por Sus enemigos.

Aquel viernes, el Salvador de la humanidad fue humillado, herido e injuriado.

Fue un viernes lleno de pesar devastador que atormentaba las almas de quienes amaban y honraban al Hijo de Dios.

Creo que de todos los días desde el comienzo de la historia del mundo, aquel viernes fue el más tenebroso.

Pero el pesar de aquel día no perduró.

La desesperación no tardó en desaparecer, puesto que el domingo, el Señor resucitado rompió los lazos de la muerte; salió de la tumba y apareció gloriosamente triunfante como el Salvador de toda la humanidad.

En un instante, se enjugaron las lágrimas que habían sido derramadas. Los labios que habían susurrado oraciones de aflicción ahora llenaban el aire con alabanzas, pues Jesús el Cristo, el Hijo del Dios viviente, estaba de pie ante ellos como las primicias de la resurrección, la prueba de que la muerte es sólo el principio de una existencia nueva y maravillosa.

Cada uno de nosotros tendrá sus propios viernes, días en los que el universo mismo parece deshecho y los pedazos de nuestro mundo yacen esparcidos hechos trizas. Todos enfrentaremos esos momentos difíciles cuando parece que nunca volveremos a ser los de antes; todos tendremos nuestros viernes.

Pero les testifico en el nombre de Aquél que conquistó la muerte: el domingo llegará. En las tinieblas de nuestro pesar, el domingo llegará.

No importa nuestra desesperación, no importa nuestro pesar, el domingo llegará. En esta vida o en la próxima, el domingo llegará.

Les testifico que la Resurrección no es una fábula. Tenemos los testimonios personales de quienes lo vieron a Él. Miles, tanto en el Viejo como el Nuevo mundo, fueron testigos del Salvador resucitado. Palparon las heridas de Sus manos, de Sus pies y de Su costado, y al abrazarlo, lloraron lágrimas de un gozo incontenible.


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