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miércoles, 5 de agosto de 2009

Las Mujeres en nuestra vida


El presidente Gordon B. Hinckley honra los dones divinos que posee la mujer y testifica en cuanto a su importancia en el plan de Dios.





La creación del mundo

En el libro del Génesis y en el libro de Moisés leemos en cuanto a tan singular y magnífica tarea. El Todopoderoso fue el arquitecto de la creación. Bajo Su dirección ésta fue ejecutada por Su Amado Hijo, el Gran Jehová, a quien ayudó Miguel, el arcángel.

Primero formaron el cielo y la tierra, lo cual fue seguido por la separación de la luz y la oscuridad. Las aguas fueron retiradas de la tierra seca, surgió la vegetación, seguida por los animales. Tras todo esto vino la creación del hombre. En Génesis leemos:
“Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1:31).
Pero el proceso no estaba completo,

“… mas para Adán no se halló ayuda idónea para él”.

“Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar.

“Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre.

“Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona”
(Génesis 2:20–23).

Y así Eva llegó a ser la creación final de Dios, la gran suma de todo lo que hasta el momento se había hecho.

A pesar de esta preeminencia que se concede a la creación de la mujer, a lo largo de las épocas se la ha relegado a una posición secundaria. Se la ha menoscabado, se la ha denigrado, se la ha esclavizado y maltratado y aun así, algunos de los personajes más destacables de las Escrituras han sido mujeres de integridad, valor y fe.

Las mujeres son una parte esencial del “plan de felicidad” que nuestro Padre Celestial ha delineado para nosotros. Ese plan no puede operar sin ellas.

A los varones

Hermanos, es mucha la infelicidad que existe en el mundo; hay demasiado sufrimiento, dolor y desengaño. Son muchas las lágrimas que derraman esposas e hijas angustiadas y es demasiada la negligencia y enorme el maltrato.

Dios nos ha dado el sacerdocio, y ese sacerdocio no se puede ejercer

“sino por persuasión, por longanimidad, benignidad, mansedumbre y por amor sincero; por bondad y por conocimiento puro, lo cual ennoblecerá grandemente el alma sin hipocresía y sin malicia”
(D. y C. 121:41–42).

Cuán agradecido estoy, cuán agradecidos debemos estar todos, por las mujeres en nuestra vida. Que Dios las bendiga; que Su gran amor descanse sobre ellas y las corone con brillo y belleza, gracia y fe. Y que Su Espíritu descanse también sobre nosotros, los varones, y nos guíe siempre para que las respetemos, estemos agradecidos por ellas, les demos ánimo, fuerzas y amor, lo cual es la esencia misma del Evangelio de nuestro Redentor y Señor. Esto ruego humildemente, en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

Gordon B. Hinckley

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